Pensamientos.
Parte 1-
Muerte numero
uno.
La zorra del
puerto.
Londres es una
ciudad oscura, mal oliente, húmedo, insulso, durante el día el bullicio del
puerto, las calles se llenan de gente que va y viene por unas calles frías, los
mendigos piden en cada esquina, mientras los ladronzuelos roban, aquí y allá.
Esta ciudad no
me gusta, me asquea, es monótona y absolutamente insulsa.
Pero por la
noche es otra cosa, todas las mujerzuelas de la ciudad salen a ganarse el pan,
no pueden dormir por la noche pues esta todo ocupado, así que duermen por el
día, en cualquier porta lucho, o albergue, por unos peniques, es más barato.
Son sucias y
piojosas, algunas viejas y gordas, algunas, como gotas de agua que caen en un
pozo guapas.
Estas últimas
acaban en burdeles afamados, las que son jóvenes y bonitas, suelen ser caras,
las de la calle son lo más bajo que hay.
A veces, por
un poco de comida y el precio habitual son capaces de hacer todo lo que les
pidas.
Entre las
especiales, hay un par de ellas, muy bellas, trabajan cerca del puerto, son dos
hermanas, trabajan cerca de la taberna del puerto, pero si las invitas a
champaña y un poco de fruta, puedes gozar de ambas toda la noche.
Hace unos
días, una de ellas murió a manos de un destripador, un asqueroso que me he esta
jodiendo la fantasía.
La otra se ha
marchado de Londres, esto me ha enfadado.
Ellas eran
especiales, íbamos a la casa de la señora Pi bodi, una zorra gorda que hace
años tuvo suerte y se caso con un viejo tuberculoso, dueño de una tabernucha en
el barrio del puerto, el murió y ella heredo la casa y el negocio.
Ahora, la
vieja zorra se dedica a alquilar la habitación de arriba de la taberna y no
pregunta, es una habitación vulgar, pero está bien limpia cuando llegamos y a
las chicas las gusta, las gustaba quise decir, maniatar a sus borrachos
clientes y golpearles.
Me encanta ver
como lo hacen, quise decir lo hacían.
Si yo me
hubiera ocupado de ellas más a fondo, ahora Mercedita estaría viva, pero su
vicio por el Láudano era un pequeño problema.
Audrey se ha
ido, ahora estoy tan solo.
Viajo hasta la
casa, al fin y al cabo he pagado el alquiler, y mis ojos se fijan en la delgada
muchacha del cabello negro y el viejo vestido.
Es Audrey, la reconocería
a la legua, la hago subir, aquel viejo vestido descolorido y sucio, todo negro,
parece sacado de un saldo.
Arriba hay una
vieja bañera, la invito a desvestirse y bañarse, lo hace, aunque Audrey no es
obediente, es una mujer a la que la gusta maltratar, la obediencia se quedaba
para Meredit, lastima su adicción cara.
Entonces me
dice que está furiosa, que quiere que su hermana pague por abandonarnos, la doy
la razón.
Mientras ella
se seca, bajo a buscar una muchacha que quiera sumirse en nuestros juegos,
aunque sean brutales.
Bajo hasta el
puerto, todas las zorras están recelosas, por el maldito destripador, pero
encuentro una.
Una gordita
pelirroja, alegre, busco un coche y vamos hasta el puerto, subimos y la pedimos
que se bañe, Audrey la promete su vestido.
El amor y el
dolor son cosas muy parecidas, los juegos vienen, después de la cena.
Pollo y
champaña, vulgar pero efectivo.
Luego
comenzamos con el amor a base de golpes, con el delicado, afecto de Audrey sus
manos duras, la zorra se resbalan y cae, se golpea contra la bañera.
Al principio
pensamos que tras el golpe se hacia la muerta para no darnos más placer, pero
no, se había muerto.
La ahogamos en
la Bañera, la limpiamos y la vestimos.
Bajo con ella
por la escalera y vamos al puerto, me acerco al borde, justo entre dos barcos, el
tiro.
He de recomer
que me he empalmado a la primera, mientras la intentaba ocultar, esto es un
problema, para un hombre.
Vuelvo al piso
y hago el amor a Audrey como si fuera la última vez, ella siento lo mismo lo
noto.
Dejo que se
quede en el piso, no es seguro con ese loco destripando mujeres que salga, me
encargo de llevarle ropa, objetos de aseo, comida.
No regresare
hasta dentro de unas semanas, tengo que ir hasta la casa de mis padres, reunión
familiar, mi hermana se casa con un estúpido, pero no siempre puedo estar en
Londres.
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