Me fume las uñas, mientras esperaba que llegara mi hermano.
Extrañamente, estaba nervioso, pero no se la causa el
monstruo era yo.
Siempre he sido yo.
Las ahogaba mientras aun me miraban, me gustaba ver sus
ojos, siempre con la esperanza de que las salvaría.
Yo no salvo, yo extermino.
Por fin llego, él era el que miraba, le encantaba mirar.
Aunque últimamente se nos había juntado una de las pequeñas
que íbamos a matar, Cristina.
Ella era diferente, disfrutaba tanto como nosotros con el
dolor, era raro pero éramos felices los tres juntos.
El problema era mi hermano, su adicción por el burro, le
estaba convirtiendo en un muermoso.
Cristina bebía hasta caer en las mesas de los garitos, y yo,
yo solo fumo.
Mi placer son los ojos de las mujeres que mato, eso me
calma.
Su cara era una mueca de dolor, estaba histérico,
descompuesto.
Sabía lo que le pasaba, no había encontrado lo que buscaba,
su calma estaba muriendo en post de un dolor.
Le entendía yo había pasado por eso, cuando estuve una
semana sin poder encontrar chica, fue después de encontrar a Cristina.
Luego, mate y todo pasó.
Cristina se acerco preocupada- hay que ayudarle, como yo te
ayude- sus ojos eran una mezcla de risa y dolor, mi hermano nos contó, que aquel
tipo no le despacho por estar ocupado cobrando una deuda.
Fuimos a un lugar inmundo, entre en la casa de una patada, había
gente en una fogata a lo lejos- oye tenemos un problema- el tipo de la mesa
estaba con la cabeza hacia atrás y una chica morena le estaba masturbando.
Bella, escena, ella merecía ser mía.
El tío nos miro con cara de burla, creo que no había visto a
Cristina con la botella, le pego tantas veces que fue hasta gracioso.
Se echo hacia atrás, estaba feliz, mi hermano estaba feliz
con su dosis en la mano se reía feliz y yo, bueno solo os diré que sus ojos me
gustaron mucho.